3 ESCRITORES DESCRIBEN AL “ESPÍA” SAMARIO QUE INCURSIONÓ EN LA NOVELA NEGRA
Siempre insistía en que no era leído. Aunque hay tesis sobre su obra, un documental sobre su vida, he incluso su biografía que es exhibida en la sala de literatura del Museo del Caribe, al lado de Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio. “Estoy ahí porque soy viejo”, decía
Ramón Illán Bacca Linares nació el 21 de enero de 1938 en Santa Marta, diez años después de la masacre de las bananeras y uno antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, probablemente los acontecimientos sobre los que más ha escrito. Su madre murió seis días después del parto y su padre se esfumó al poco tiempo, por lo que su crianza estuvo a cargo de un par de tías ricas de apellidos nobles y conservadurismo recalcitrante. Creció en la Calle del Pozo, un lugar lleno de viejas solteronas que mataban el tiempo tocando el piano. En ese entonces Santa Marta era una ciudad de 33.000 habitantes de costumbres coloniales, que creía en los colores de la sangre, la autoridad del obispo, los compadrazgos políticos, la justicia a las malas y los matrimonios por conveniencia.
Fabián Buelvas de la revista “El mal pensante” describe el mundo de Bacca narrado en una crónica fascinante:
“De la masacre de las bananeras se enteró de oídas, por chismes y correveidiles que las empleadas del servicio contaban por primera vez como certezas, luego como probabilidades y finalmente como leyenda. De la Segunda Guerra Mundial guarda el recuerdo de zepelines que volaban sobre la bahía, detectando manchas de aceite que confirmaran la presencia de submarinos nazis. Sus parientes le narraron tantas historias de guerra que el pequeño Ramón fantaseó con espías y contraespías ocultos entre el sopor de las fiestas de salón y la monotonía del pueblo. De noche escapaba de casa y se metía a escondidas en las salas de cine a ver a Tongolele, Mimí Derba, Ninón Sevilla y a todas las rumberas de la Época de Oro del Cine Mexicano. De la cadencia de estas mujeres viene su obsesión por las femmes fatales, sobre las que escribiría años después.
La literatura no era un asunto de familia. La precaria biblioteca de sus tías tenía libros de la Condesa de Ségur, Rafael Pérez y Pérez, y Concha Espina, escritores de novelas rosa que lo único que conseguían era animarlo a ver más películas. En el bachillerato alternó la memorización obligada de los poemas de Miguel Antonio Caro con la lectura clandestina de novelas eróticas.
Se graduó de bachiller en 1955. Al año siguiente sus tías lo enviaron a estudiar derecho en Medellín, una ciudad que suponía más conservadora que Bogotá. Allí se alojó en el Palacio Arzobispal por cuenta de su padrino, quien era hermano del arzobispo Joaquín García Benítez. En la Universidad Pontificia Bolivariana se ganó el apodo de “el sobrino del arzobispo”. Pronto descubrió que Medellín resultaba represiva para un joven contador de chistes verdes y simpatizante del Movimiento Revolucionario Liberal. “En esa época escribí mis primeros cuentos, que en realidad eran cartas tristísimas, llenas de desventuras, que le enviaba a mis tías para que me mandaran más plata. Casi nunca sirvieron”.
Su situación económica era tan crítica que decidió dejar Bogotá. La Universidad Libre le autorizó presentar los exámenes para obtener el título de abogado en cualquiera de sus sedes, y se mudó a Barranquilla. Allí alternó su profesión con la redacción de columnas literarias para diarios de Santa Marta y Barranquilla. Seguía ganando mal y viviendo peor: por más que lo intentaba, no lograba tener estabilidad.
Este episodio de la vida de Bacca lo confirma el abogado y columnista Ricardo Villa
“Tiempo después pedí su obra Maracas en la Opera, con la afiliación que sólo incluía préstamo de libros, de la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde me escondía después de clases de comunidad de Derecho Constitucional, en las lomas frías de nuestro Egipto, con plaza La Concordia, en la capital; que había comprado con una parte de “la regla”, como le llamábamos en la universidad, los estudiantes costeños, al giro que nos enviaban nuestros padres, mamando gallo porque venía una vez al mes y duraba cuatro días, hasta él mismo, padeció este cuento, aunque le sirvió para empezar a escribir, por ejemplo, cuando el difunto Jorge Consuegra en una entrevista le pregunta: “¿Primero nació el periodista o el escritor?, y el Ramón Illán, que conocimos, le contesta, con sorna: – Yo les escribía a mis parientes pidiendo plata. Las cartas pasaban de mano en mano porque las encontraba divertidas y entretenidas. El propósito, o sea, la mesada no se lograba, pero las pequeñas crónicas de mis avatares universitarios fueron publicadas en algún periódico de la localidad. Se ve que periodismo y escritura estuvieron de la mano.”
“Ramón Illán Bacca, huyó de esa opacidad, para crecer, y sobrevivir, en la floreciente Barranquilla, entre las aulas, las rotativas, la bohemia, los libros y las letras, a pocos pasos de su ciudad natal. Qué más se puede pedir”.
Pero Fabián Buelvas en un giro misterioso dice que un día Ramón se enfermó de disnea. Le dolía el pecho. Respiraba con dificultad, estaba anémico y tenía tos de perro. Le ordenaron varios exámenes y resultó que estaba bien, sin problemas, así que la cosa no era física. Preocupado, fue a donde Alberto Galofre, un psiquiatra amigo suyo que ya le había curado su adicción a la marihuana con un tratamiento hipnótico. Esta vez Galofre no tuvo que hipnotizarlo:
–Tú no te ahogas –le dijo–, tú crees que te ahogas. La vida te está dejando sin aire y lo estás somatizando.
–¿Y eso cómo se cura? –le preguntó.
–¿Qué otra cosa sabes hacer?
–Sé escribir, pero de eso no se vive –respondió.
Galofre le dijo que su enfermedad solo se curaría dejando de ser abogado y comenzando a ser escritor.
–Así no te asfixiarás –sentenció–, aunque te morirás lentamente de hambre.
Aquella sentencia no se cumplió, pero la muerte, el pasado 17 de enero, si vino a él, como lo despide el escritor y poeta Rafael Darío Jiménez: “Hasta siempre grandioso escritor samario.. Falleciste en Barranquilla, la ciudad que te acogió mejor que tu hermosa bahía de Santa Marta.. Nos dejas un gran legado de cuentos, crónicas y novelas escritas con ese agudo humor negro que te caracteriza. (Información confirmada por el médico Joaquín Armenta ) Descansa en Paz…”.
Deborah Kruel
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