POESÍA DE JULIO FLORES / CUANDO LEJOS MUY LEJOS

POESÍA DE JULIO FLORES / CUANDO LEJOS MUY LEJOS

POESÍA DE JULIO FLORES / CUANDO LEJOS MUY LEJOS
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Cuando lejos muy lejos…

[Poema – Texto completo.]

Julio Flórez

Cuando lejos muy lejos, en hondos mares,

en lo mucho que sufro pienses a solas,

si exhalas un suspiro por mis pesares,

mándame ese suspiro sobre las olas.

Cuando el sol con sus rayos desde el oriente

rasgue las blondas gasas de las neblinas,

si una oración murmuras por el ausente,

deja que me la traigan las golondrinas.

Cuando la tarde pierda sus tristes galas,

y en cenizas se tornen las nubes rojas,

mándame un beso ardiente sobre las alas

de las brisas que juegan entre las hojas.

Que yo, cuando la noche tienda su manto,

yo, que llevo en el alma sus mudas huellas,

te enviaré, con mis quejas, un dulce canto

en la luz temblorosa de las estrellas!

 

A mis críticos

[Poema – Texto completo.]

 

Julio Flórez

Si supiérais con qué piedad os miro

y cómo os compadezco en esta hora.

En medio de la paz de mi retiro

mi lira es más fecunda y más sonora.

Si con ello un pesar mayor os causo

y el dedo pongo en vuestra llaga viva,

sabed que nunca me importó el aplauso

ni nunca me ha importado la diatriba.

¿A qué dar tanto pábulo a la pena

que os produce una lírica victoria?

Ya la posteridad, grave y serena,

al separar el oro de la escoria

dirá cuando termine la faena,

quién mereció el olvido y quién la gloria.

 

Fuego y ceniza

[Poema – Texto completo.]

 

Julio Flórez

Y llegué a mi aposento. De la orgía,

vibraba aún, en mi cerebro ardiente,

la estruendosa y horrenda algarabía.

Y con el alma sorda y con la frente

en sudor copiosísimo empapada,

me desplomé en el lecho de repente.

Hundí, absorto, en mí mismo la mirada;

vi, en mi interior, al crimen en acecho…

y ansié la muerte; apetecí la nada.

y clavando las uñas en mi lecho,

sentí que resbalaban de mis ojos,

lágrimas de dolor sobre mi pecho.

Saciados y extinguidos mis antojos,

no veía, en la negra lontananza,

más que una senda pródiga en abrojos.

En donde ni un presagio de bonanza

se entreveía, ni una lisonjera

señal de luz, ni un iris de esperanza.

Deshojábame en plena primavera,

en demanda de un lampo de ventura,

de una sola ilusión… ¡de una siquiera!

¡Oh, que triste es gozar… y entre la obscura

caverna del fastidio rodar luego,

víctima del horror y la amargura!

Y ver que todo es vano: el grito, el ruego,

la blasfemia brutal y dolorida,

y hasta las mismas lágrimas de fuego.

El vértigo sentir de la caída,

y tener, en un rapto de demencia,

que odiar a Dios… y aborrecer la vida.

Mirar las propias flores sin esencia,

y, al pensar devolverlas sus olores,

todo el hielo sentir de la impotencia.

y al cabo, de la orgía en los horrores,

buscar un lenitivo a los pesares,

y ver… que allí más crecen los dolores.

Que de la pena los revueltos mares,

rugen más y se encrespan con más brío,

entre risas y gritos y cantares.

Y al fin la displicencia del hastío

entra en el corazón y en hora aciaga

el yerto corazón… muere de frío.

Viene el remordimiento -oculta llaga-

que corroe y corroe y corroyendo,

parece que el espíritu se traga.

Y en el trágico vórtice cayendo

de la desolación, el alma muda,

¡ay! sin querer morir, se va muriendo.

¿Qué fuerza poderosa hay que sacuda,

entonces, esta angustia horripilante,

que arraiga en nuestro ser pérfida y ruda?

¡Ninguna! El infortunio sale avante,

mientras la lividez y el desconsuelo,

muéstranse en nuestro lúgubre semblante.

Cubre nuestra pupila acuoso velo,

y, al levantar los ojos empañados,

nada se ve del prometido cielo.

Así pensaba (¡oh, tiempos ya pasados!)

A mi oído llegaban, desde lejos,

los últimos rumores acallados…

Entonces, olvidando los consejos

maternales, saqué una fina daga

que en el aire trazó vivos reflejos.

Como el postrer celaje que se apaga

en el ocaso, envuelta en una onda

de dulce claridad trémula y vaga,

penetró en mi aposento, blanca y blonda,

una mujer de celestiales ojos

y de mirada compasiva y honda.

Acercóse; y, postrándose de hinojos,

la más pura de todas las sonrisas,

abrió el capullo de sus labios rojos.

Nunca el ala vibrante de las brisas,

tuvo el perfume que su blando aliento

derramó entre las sombras indecisas

que empezaban a entrar en mi aposento:

¡Ay! me parece aún que su respiro

y que su soplo embalsamado siento.

Me parece que atónito la miro,

y que su seno, mórbido y convulso, .

brota el hálito amante de un suspiro.

No sé que noble y vigoroso impulso

me empujó hacia la hermosa; un fuego extraño,

devorador, aceleró mi pulso…

Tendí mis brazos… ¡Ay! ¿el desengaño,

en ese instante, como siempre iba

a dejarme en el alma un nuevo daño?

Contuve mi amorosa tentativa,

y mi ardor reprimí… pero ya estaba

ella, en mis brazos trémulos, cautiva

-¡No, déjame dormir! -la dije- acaba

¡oh, visión tentadora! ¡Huye, quimera!

¡Aléjate de mí! -Mientras hablaba,

como el manto de un sol de primavera,

sobre mi frente pálida, caían

los bucles de su blonda cabellera.

Se cerraban sus ojos y se abrían

taciturnos, en tanto que sus manos

en mi boca las frases detenían.

-¡Oye! -exclamó- tormentos soberanos

hoy subyugan tu ser… pero no importa,

los sueños de tu amor… no están lejanos.

Yo te daré la calma que conforta;

yo te daré la luz… La vida es buena

para aquél que la sufre y la soporta.

Yo que siempre la tuya he visto llena

de martirios, angustias y congojas,

con la playa de infecunda arena,

más dichas te daré, que verdes hojas

los árboles frondosos a los nidos,

y la tarde, al ocaso, nubes rojas.

Tuyos son mis encantos, mis sentidos,

y mi espíritu, terso como el lago

donde se ven los cielos escondidos.

y tú, tan sólo me darás en pago

de mi infinito amor, tu amor eterno.

(¡Amor! ¡única fuente en que me embriago!)

Yo rasgaré las brumas del invierno

que hay en tu corazón… y en paraíso

transformaré tu prematuro infierno.

Escúchame; no temas; es preciso

que aparte las espinas de tu senda

y te aliente en la lucha. ¡Dios lo quiso!

Yo romperé la tenebrosa venda

que tus párpados cubre; a donde vayas

iré contigo a levantar mi tienda.

Visitaremos cumbres, mares, playas,

y un refugio hallarás sobre mi seno,

si es que en el arduo batallar desmayas.

Suelta, suelta la copa de veneno

que te brinda en sus vértigos la orgía,

y ven conmigo a espacio tan sereno.

Calló un instante, y, pura como el día,

inundó el resplandor de su mirada,

el yermo campo de la frente mía.

y luego continuó: -Yo sé que cada

palabra dulce que mi labio brota,

tú no la escuchas… ¡oh, desventurada!

y al decir esto, no gota tras gota,

sino a raudales se escapó su llanto,

como la sangre de la arteria rota.

Mi mano ardía entre la suya, en tanto…

que sus miradas, de ternuras llenas,

reflejaban su amor y su quebranto.

-¡No, déjame dormir! -la dije apenas;

y retiré su mano, más pulida

y blanca que las blancas azucenas.

Ella, ante mi reproche, confundida,

inclinó fatalmente la cabeza

sobre su pecho, como garza herida.

¡y en sus ojos -abismos de tristeza-

lágrima esquiva se quedó, como una

gota de luz de celestial pureza.

-Perdóname- exclamó -¡Cuán importuna

he sido, infame suerte! Pero sabe

que yo te adoraré como ninguna.

Era su voz, dulcísima y suave,

como la triste queja vibradora

que alza en su nido destrozado, el ave.

y aquella última gota tembladora,

resbaló por su faz, como el rocío

por el cendal purpúreo de la aurora.

De pronto, con más ímpetu y más brío

se abalanzó sobre mi cuerpo, hermosa,

como el astro que fulge en el vacío.

y estrechando con fuerza poderosa

mis manos indolentes en las suyas

hechas como de pétalos de rosa,

exclamó tiernamente: -Si son tuyas,

mi alma y mi carne y mi belleza rara,

no es justo… no, ¡que de mis brazos huyas!

Si me siguieras tú, ¡cómo te amara!

Y, al hablarme, así, loca de entusiasmo,

era una flor de lágrimas su cara.

-Deja, deja ese sórdido marasmo;

-continuó- ya verás cómo haré trizas

de tu suerte el fatídico sarcasmo.

Dime, ¿por qué tus dedos no deslizas

por mis bucles copiosos… y me besas?

¿Por qué la hoguera de mi amor no atizas?

¿No te bastan mis múltiples promesas,

ni este ósculo quemante que te imprimo,

capaz de hacer tu corazón pavesas?

¡Ah, no me escuchas… y a tu lado gimo

Sin esperanza y Sin pensar acaso,

que con mis rudos besos te lastimo!

Y este fuego espantoso en que me abraso,

te hace mal… ¡mucho mal! -Irguióse altiva,

y dio, hacia atrás y hacia la puerta, un paso.

Después, como esperando una expresiva

frase amorosa de mi labio mudo,

anhelante, quedóse pensativa.

Yo, que sentía en la garganta un nudo,

callé, mientras mis ojos, mal cerrados,

devoraban la carne del desnudo

cuello de aquella virgen de dorados rizos,

y boca de granada abierta,

y ojos como luceros incendiados.

Mas, ella, entonces, cabizbaja, incierta,

se alejó más de mí… luego afanosa,

la mano puso en la entornada puerta.

y doliente, a la par que desdeñosa,

-¡Adiós!- me dijo, con acento triste,

pálida como el mármol de una fosa.

-¡Adiós…! ¡Todo fue inútil! ¡No quisiste

ni mi amor ni mi vida… yo te hubiera

sacado del fangal en que caíste…!

Pero me has desechado… aunque quisiera

salvarte en este instante del abismo

en donde yaces… imposible fuera.

¡Adiós! ¡Adiós! Perdono tu egoísmo

-dijo, y salió. La noche derramaba,

por doquiera, su sombra y su mutismo.

De pronto, cual si hubiese un mar de lava

desbordado en mi mente, como un loco

me incorporé… mas ella, se alejaba…

se alejaba a manera de áureo foco

de luz, de clara luz… y se perdía

en la fosca tiniebla, poco a poco.

Corrí; llegué a su lado… Quién creería

que, al tocarla, creció mi desventura

y se hizo más intensa mi agonía.

Porque mi mano, lujuriosa y dura,

tan solo consiguió con su torpeza,

desgarrar su flotante vestidura.

¡Porque ella huyó, con toda su belleza,

dejándome un jirón inmaculado

de su divina veste. Con tristeza

alcé los ojos: mudo y desolado

estaba el firmamento; ni una estrella .

en el vasto negror anubarrado

Solamente la rápida centella,

de cuando en cuando, al traspasar la bruma,

dejaba azul y fugitiva huella.

Yo, compungido, al ver que, como espuma,

disipándose había aquella maga,

cuyo recuerdo sin cesar me abruma,

saqué otra vez la deslumbrante daga…

mas temblé de pavor… Lanzó un gemido

mi pecho -copa en que el dolor se embriaga.

y angustiado grité: -Tú que escondido

un tesoro de amor para mí guardas!

¡Tú, que me ofreces en tu seno un nido,

¡Ven! No vaciles. ¡Vuelve! ¿Por qué tardas?

¿No me ofreciste, en tu delirio, todo?

Mi voz subía hasta las nubes pardas.

-Perdóname -agregué-. Di, de qué modo

podré hacerte tornar… ¡Sálvame, ingrata,

ya que no de la vida, de su lodo!

Dime: ¿por qué tu sombra se recata

en la noche sin fin de mi camino?

¡ven… y mi pena inconsolable mata!

¡Sálvame! ¡Por piedad…! Un peregrino

del desierto, te busca y te desea,

como la playa el náufrago marino.

¡Ven! Que en tus ojos insondables vea

otra vez tu mirada soñadora

resplandecer como la luz febea.

Pensé fueras visión; -maldita hora

de embriaguez y de hastío…- Tu presencia

parecióme un fantasma… pero ahora

que siento que se aclara mi conciencia,

que te he visto partir… y que he aspirado

de tu cuerpo y tu espíritu la esencia,

no es justo, no, que lejos de tu lado,

me dejes, para siempre, en este mundo,

sin amor, sin virtud… ¡y abandonado!

Ni un acento en la noche: el vagabundo

viento aquietaba su invisible rueca.

El silencio era trágico y profundo.

De repente, una voz, cascada y hueca,

oigo salir de mi aposento; giro

la vista ansiosa… y, como rama seca

de roble añoso, estupefacto miro

en el rincón revuelto de mi cama

una forma espectral; ¿sueño? ¿delirio?

Aquella sombra, con amor me llama;

también me ruega: -¡Ven, ven, eres mío!

¡Ven, acércate más… no temas! -clama.

¿Es un vampiro? ¿una mujer? Un frío

polar, mi mustio corazón allana.

Sin embargo, me acerco; desconfío

de mis ojos aún. Es una anciana

de ojos sin luz, de frente comprimida,

de boca escueta y cabellera cana.

La piel toca sus huesos; desvalida,

clava en mi rostro sus marchitos ojos

donde un resto no mas queda de vida.

Es un montón de míseros despojos:

rezago de un incendio, gajo seco

cubierto de cenizas y de abrojos.

Habla, y su aguda voz parece un eco

que en el cálido ambiente se congela,

porque, al salir, por el obscuro hueco

de su boca glacial, mi sangre hiela.

Cierro los ojos… ábrolos… No hay duda:

riendo está la misteriosa abuela.

-¿Ya no la implores más -ronca y ceñuda

dice, al verme acercar- no ves que ahora,

ante tus ruegos, permanece muda?

Esa rara mujer, deslumbradora,

era «La Juventud…,. ¡con qué impaciencia

te suplicó rendida! Haces bien: ¡llora…!

Mas, no la llames ya; de tu presencia

huyó… y no volverá con sus ternuras

a embalsamar tu lóbrega existencia.

¡No, ya no volverá! Las ligaduras

de sus brazos rompiste. En vano, en vano,

buscas ansioso sus miradas puras.

¡Ven…! Acércate más, ¡dame tu mano!

¡Ven…! ¡Yo soy «La Vejez!». Para ti tengo

un resto de calor; mi beso es sano.

A consolar tus desventuras vengo

y me alargó, con ademán sombrío,

su débil brazo, desteñido y luengo.

y agregó impacientándose: -Me río

de tu desdén… si mi fealdad te aterra,

es tarde y todo estéril… Ya eres mío!

Aunque el cansancio en mi interior se encierra,

yo tendré para ti mimos extraños;

sólo te quedo yo sobre la tierra.

Yo sabré suavizar tus desengaños,

contándote la historia de la vida,

el proceso terrible de los años.

Incorporóse un poco, y, en seguida,

echó a mi cuello sus desnudos brazos;

y me besó su boca desabrida.

Entonces comprendí que aquellos lazos

quebrantar no podía. Era el destrozo

dé mi ensueño… tan pronto hecho pedazos.

Hinchó mi pecho un fúnebre sollozo,

y caí desplomado ante la anciana

que se ciñó a mi ser… llena de gozo.

¡y ya su esclavo soy! Solo me afana

dormir el largo sueño de los muertos,

entrar en la gran noche del nirvana.

Porque hoy al ver, obscuros y desiertos,

sin una luz los horizontes míos,

ella me oprime entre sus brazos yertos,

y me humedece… con sus besos fríos.

Julio Florez 1.jpgJulio Flórez Roa (Chiquinquirá, Boyacá, Colombia, 22 de mayo de 1867 – Usiacurí, Atlántico, 7 de febrero de 1923) fue un poeta colombiano.

Dada la condición bohemia de su carácter, nunca retomó la senda académica y no conoció ninguna lengua extranjera, a pesar de que el francés era imprescindible dentro de los círculos cultos de la época.

Flórez frecuentó los círculos intelectuales de la ciudad y fue amigo de dos grandes poetas de la época: Candelario Obeso y José Asunción Silva. Candelario era repudiado por la aristocracia bogotana por ser de raza negra y por rechazar los reglamentos impuestos por la iglesia Católica y la sociedad de la época.

Su libro Cardos y Lirios, así como su ovacionado poema La Araña, obtuvieron publicación en 1905 en Venezuela. Manojo de zarzas y Cesta de lotos fueron editados en 1906 en San Salvador, Fronda lírica, en Madrid en 1908, y Gotas de ajenjo en Barcelona en 1909, año en que regresó a Colombia, presentando un recital en Barranquilla.

Últimos años

A su regreso en 1909 a Colombia, Flórez presentó un recital en Barranquilla, y luego se retiró al municipio de Usiacurí, en el departamento del Atlántico, a tomar una cura de sus aguas medicinales. En ese pueblo se enamoró de una colegiala de 14 años de edad, Petrona, con quien comenzó un idilio, quedándose a vivir en este sitio por el resto de su vida, salvo algunas salidas esporádicas para presentar recitales o por enfermedad.

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